Populares

Mostrando entradas con la etiqueta Institución de la Religión Cristiana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Institución de la Religión Cristiana. Mostrar todas las entradas

domingo, 17 de noviembre de 2024

Conocer a Dios y la verdadera “Piedad” - Juan Calvino


 

Libro I, Capitulo II

01.- Conocer a Dios y la verdadera “Piedad”

Es evidente que no conocemos a Dios con meramente reconocer que no hay duda de su existencia. Le conocemos, en la medida de lo posible, a partir de comprender lo que sirve para su gloria, es decir, lo que es apropiado. Efectivamente, es verdad que no puede decir que se conoce a Dios si no hay ni sentimiento religioso ni piedad. Aquí no estoy todavía hablando del conocimiento particular de lo que, conscientes de estar perdidos y bajo maldición, son conducidos a Dios y la reconocen como su redentor en Jesucristo. Sólo hablo de este conocimiento simple y natural que poseeríamos si Adán hubiese mantenido su integridad. nadie en esa situación de ruina y desolación propia del género humano es capaz de percibir a Dios como su padre o Salvador si no es por el sacrificio propiciatorio de Cristo por nosotros. Es posible reconocer a Dios como creador, no solo porque su poder nos sostiene, sino porque Él nos dirige en su providencia, nos protege y nos da a beber de su bondad, colmándonos de toda clase de bendiciones. Pero recibir y acoger la gracia de la reconciliación de que Dios nos ofrece en Cristo es otra cosa.

Se conoce a Dios de dos maneras: primero como creador, gracias a esta bella obra cumbre que es el mundo y la enseñanza general de las Escritura que aportan al respecto; solo después aparece como redentor en la persona de Jesucristo. De momento, nos preocuparemos de la primera manera; a su tiempo trataremos la segunda. 

Es cierto que nuestro espíritu apenas puede comprender a Dios a partir de lo que recibe de él; por tanto, no basta con saber de manera confusa que existe un Dios digno de ser adorado, solo él, si no estamos igualmente convencidos de que este Dios al que adoramos es también la fuente de todo lo que tenemos y que no hay nada que buscar fuera de él. Este es mi tesis: primero, Dios, después de haber creado el mundo, lo sostiene con poder, lo gobierna con sabiduría, lo guarda y preserva en su bondad, se preocupa sobre todo de guiar el género humano en toda justicia e integridad, lo soporta en su misericordia y lo mantiene bajo su protección. En segundo lugar, nos lleva a creer que fuera de él no hay ni una gota de sabiduría, de luz o de justicia, de rectitud o verdad: En efecto, como todo proviene de Dios debemos aprender a esperarlo todo de él y atribuírselo todo a él, así como, convencidos de que, si le agrada, debemos recibir todas las cosas con acción de gracias. Este reconocimiento de las incomparables cualidades de Dios es el único maestro capaz de enseñarnos la piedad de la que procede la religión. 

Llamo “piedad” a este sentimiento que resulta de la unión del respeto y del amor que nos lleva hacia Dios, cuyas bondades conocemos. Puesto que es cierto que, hasta que los seres humanos no se persuadan de que están totalmente en deuda con Dios, de quien reciben sus paternales cuidados, de que él es el autor de todo bien y de que nada hay que buscar fuera de Él, no manifestarán verdaderamente de devoción. Además, si no hayan en él su felicidad, no se consagrarán de modo verdadero y sincero a Él.

Inicio 🏠  ⬅ Anterior  Siguiente ➡

lunes, 11 de noviembre de 2024

El hombre ante Dios - Juan Calvino


Capitulo I
03.- El hombre ante Dios

Esa es, según las Escrituras, la causa del temor y el temblor abrumado a los santos cada vez que han sentido la presencia de Dios. Podemos ver cómo quienes se veían llenos de seguridad y marchaban con la cabeza alta al estar lejos de Dios, dan por el contrario muestras de pánico y terror hasta el punto de quedar angustiados, totalmente paralizados, por el terror a la muerte, como anonadados, al manifestar Dios su gloria a ellos, eso nos permite llegar a la conclusión de que los hombres nunca experimentarán el sentimiento de pobreza con tanta intensidad como cuando se ven comparados con la Majestad de Dios. Hay muchos ejemplos de este sentimiento tanto en los jueces que recibieron de Dios el encargo de gobernar Israel como de los profetas, de dónde procede la frase habitual entre el antiguo pueblo: "Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto" (Jueces 13:22; Isaías 6:5; Ezequiel 1:28). 

Asimismo, para permitir a los hombres ver la realidad de su ignorancia, su debilidad y su impureza, la historia de Job encuentra siempre su principal instrumento en la sabiduría, el poder y la santidad de Dios, y no sin motivo. Vemos cómo, cuando Abraham se acerca para contemplar la majestad de Dios, se reconoce como polvo y ceniza ( Génesis 18:27), Elías se cubre el rostro (1 de Reyes 19:13), no pueden soportar tan suprema majestad.¿Que puede hacer el hombre, que no es más que "gusano y podredumbre", si los querubines y los ángeles del cielo se cubren el rostro de miedo y asombro (Isaías 6:2)? Como dice el profeta Isaías, la luna se avergonzará y el sol se confundirá cuando el Señor de los Ejércitos reine (24:23; 2:10; 19), es decir, cuando revele su caridad y la permita ver de más cerca, de tal manera que lo que antes parecía de lo más luminoso se vea oscurecido. 

Aunque no existe una relación recíproca entre conocer a Dios y conocerse a uno mismo, es importante, de cara a una correcta comprensión, examinar en primer lugar en qué consiste conocer a Dios, para proceder en acto seguido al segundo punto.

Inicio 🏠 ⬅ Anterior Siguiente ➡


sábado, 5 de octubre de 2024

Sin conocernos a nosotros mismos no conocemos a Dios - Juan Calvino

 


Capitulo I
01.- Sin conocernos a nosotros mismos, no conocemos a Dios.


Casi toda la sabiduría que poseemos, la que es, en definitiva, real y verdadera, presenta un doble aspecto: El conocimiento de Dios y el de nosotros mismos. Al tratarse de dos conocimientos relacionados, es difícil discernir cuál precede a cuál. Antes que nada, nadie puede contemplarse sin que todo su ser se dirija inmediatamente hacia Dios, de quien ha recibido "vida y aliento y todas las cosas" (Hechos 17:28) y de quien le viene su vigor, porque está claro que los dones que conforman nuestra personalidad no proceden de nosotros; en efecto, nuestra propia vida no puede subsistir sino únicamente en Dios. 

Además, los beneficios que gotean del cielo para nosotros son como arroyuelos que nos conducen hasta la fuente y, gracias a esa pequeña corriente, la plenitud que habita en Dios se presenta aún mejor. Así es como, de una forma particular, la ruina es la que nos hizo caer la rebelión del primer hombre nos empuja a dirigir los ojos a lo alto, solo para desear los bienes de que nosotros, seres paupérrimos y famélicos, tenemos menester, sino también para ser llenos de respeto y así aprender la verdadera humildad. 

Tras haber sido despojados de nuestras vestiduras celestiales, una incalculable cantidad de desdichas doblegan al hombre y descubrimos nuestra desnudez con gran vergüenza y mucha confusión. Sin embargo, necesitamos ser tocados con fuerza en nuestra conciencia para adquirir algo de conocimiento de Dios. Así, el sentimiento de nuestra ignorancia, de nuestra vanidad, de nuestra desnudez, de nuestra enfermedad, y con seguridad de nuestra perversidad y de nuestra corrupción, nos conduce a admitir que en ninguna parte sino en Dios se encuentra la verdadera sabiduría, una fuerza inconmovible, la fuente de todo bien, una justicia verdadera. Porque nuestra miseria no nos impulsa a considerar los bienes que proceden de Dios y nuestro pensamiento no nos lleva aspirar a su búsqueda a menos que hayamos descubierto ese profundo desagrado de nosotros mismos. 

¿Qué hombre no encuentra placer en apoyarse en sí mismo mientras no se conoce de verdad, es decir, no sé gloría en los dones que ha recibido de Dios y en adornarse con ostentación mientras ignora, o voluntariamente olvida, su miseria? El conocimiento de uno mismo, no solo nos incita a buscar a Dios, sino que debe Conducir a cada cual, cómo si lo llevara de la mano, a encontrarle.



jueves, 3 de febrero de 2022

Sin conocer a Dios no nos conocemos a nosotros mismos - Juan Calvino

 

Capitulo I
02.- Sin conocer a Dios no nos conocemos a nosotros mismos 

  Es verdad que nadie llega jamás a adquirir un claro conocimiento de sí mismo sino a contemplado el rostro de Dios y no se ha percatado de cómo Dios lo ve. El orgullo, que está arraigado en nosotros, nos conduce a considerarnos justos y honestos, sabios y santos, hasta que hayamos sido convencidos por los irrefutables argumentos de nuestra justicia, de nuestras faltas, de nuestra necedad y de nuestra impureza. Está convicción no se da mientras nos contemplamos únicamente a nosotros mismos y no a Dios, de quién brota la única regla con la que debemos medirnos, y la que debe regir lo todo. 

 Es tal nuestra inclinación a la hipocresía que la más pequeña manifestación de justicia bastará para reemplazar a la verdadera justicia y a la verdad. Dado que a nuestro alrededor No hay nada que no haya sido en mayor o menor medida desfigurado por el mal, y puesto que nuestro espíritu está impregnado del mismo, aquello que es menos desagradable que lo demás nos gusta como si fuera algo puro: El ojo acostumbrado a lo negro acaba considerando que lo castaño oscuro o lo poco luminoso goza de una magnífica blancura. En un sentido material, se puede medir cuánto nos equivocamos al otorgarle valor a las capacidades de nuestro espíritu. En efecto, si consideramos todas las cosas con lucidez, los parece que tenemos la más clara visión imaginable; pero, si elevamos los ojos para mirar al sol, nuestra gran lucidez respecto a las cosas de la tierra se ve inmediatamente deslumbrada y destruida por completo a causa de tal claridad. Y no tenemos más remedio que admitir que las capacidades que ejercemos para considerar y apreciar lo de la tierra son del todo inservibles frente al sol. 

  Eso sí también cuando evaluamos nuestros bienes espirituales. Incluso si nos preocupamos del más allá, satisfechos de nuestra justicia, de nuestra sabiduría y de nuestra fuerza, nos apreciamos y nos adulamos hasta el punto de considerarnos semidioses. Pero, si empezamos a elevar nuestros pensamientos hacia Dios, debidamente conscientes de quién es él, y a considerar la perfección de su justicia, de su sabiduría y de su poder, que deberían ser nuestro modelo, entonces todo lo que hasta ese momento nos parecía, erróneamente justo, se nos presenta con los repugnantes colores de la suciedad. Lo que considerábamos sabiduría se nos presentará como necedad y lo que poseía una buena apariencia de fuerza se delatará como nada más que debilidad. Es así como lo que parece ser de una perfección perenne en nosotros no puede de ninguna manera concordar con la santidad de Dios.


Yo Estoy con Vosotros - Mateo 28:20

  La soledad y el vacío son sentimientos comunes en el ser humano. En ocasiones, aun aquellos que han creído en Cristo se encuentran luchand...