Salgamos del estudio y pensemos en cómo usamos la Biblia en el púlpito. El poeta escocés Andrew Lang una vez propinó un golpe humorístico contra los políticos de sus días con una frase ingeniosa, acusándoles por su manipulación de las estadísticas. Con una leve alteración del lenguaje, la ocurrencia bien podría decirse en contra de muchos maestros de la Biblia en la actualidad:
“Algunos predicadores usan la Biblia de la manera que un borrachousa una farola (poste de luz)… más para apoyo que para iluminación”.
Este es el predicador ebrio. Supongo que no te tengo que decir que no deberías ser uno de ellos. No obstante, el hecho es que muchos de nosotros lo hemos sido y simplemente no lo sabíamos.
Me explico. Aquellas semanas en las que hemos estado en el púlpito, apoyándonos en la Biblia para dar soporte a lo que queríamos decir, en lugar de decir solamente lo que Dios quiso que la Biblia dijera, hemos sido como un hombre bebido que se apoya en una farola (usándola más para apoyo, que para iluminación). Una mejor postura para el predicador es quedarse justo debajo del texto bíblico. Porque es la Biblia —y no nosotros los que predicamos— la Palabra del Espíritu (cf. He. 3:7; Jn. 6:63).
Con décadas de ministerio pastoral a mis espaldas, puedo pensar en miles de ocasiones en las que he sido el predicador ebrio. He ido a la Biblia para apuntalar aquello que pensaba que era necesario decir. La Escritura se convirtió en una herramienta útil para mí. Me ayudó a lograr lo que tenía en mente. En ocasiones, perdí de vista el hecho de que soy yo el que se supone que tiene que ser la herramienta (alguien a quien Dios usa para sus propósitos divinos). Debo proclamar la luz que él quiere derramar desde un texto en particular.
Desde mi experiencia personal, puedo decir que mis propias luchas con la predicación ebria siempre están conectadas a una adhesión ciega a la contextualización. Y esto es lo que he aprendido: las necesidades de mi congregación, tal y como las percibe mi entendimiento contextualizado, nunca deberían convertirse en el poder que controla lo que digo en el púlpito. No somos libres para hacer lo que queramos con la Biblia. Ella es soberana. Ella debe ganar. Siempre.
Nuestro papel como predicadores y maestros de la Biblia es ponernos debajo de la luz iluminadora de las palabras que hace mucho fueron escritas por el Espíritu Santo. Nuestro trabajo es decir hoy lo que Dios dijo una vez y nada más. Porque al hacer esto, él sigue hablando.
- David Helm, La Predicación Expositiva (2014), Pág. 28-34, 9Marks. –
Reflexion por Abner Huenche.
La predicación y el estudio de la Palabra de Dios no son meras tareas intelectuales o ejercicios de elocuencia; son actos sagrados, impulsados por el poder de Dios y con un propósito eterno. La Escritura misma no es un simple apoyo, una muleta para respaldar nuestras ideas o satisfacer nuestras pasiones. Es luz pura y verdadera, dada por Dios para revelar Su voluntad y transformar vidas. Como portadores de esta luz, estamos llamados a un respeto absoluto y una fidelidad inquebrantable hacia ella.
La tentación de tomar la Biblia y ajustarla a nuestras ideas o al contexto cultural que enfrentamos es grande. Sin embargo, nuestra labor es proclamar fielmente lo que Dios ha dicho y confiar en que Su Palabra es suficiente. Si la acomodamos a nuestras opiniones o expectativas humanas, diluimos su autoridad y robamos su capacidad de cambiar corazones. Como predicadores, maestros y oyentes de la Palabra, debemos examinarnos constantemente y preguntarnos: ¿Estamos bajo la autoridad de las Escrituras, o hemos hecho de ellas una herramienta para reforzar lo que ya pensamos?
La Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, tiene un propósito superior. No somos libres de usarla como queramos; debemos someternos a ella, dejarnos moldear y transformar por su mensaje. Esto requiere humildad y una disposición para ser corregidos, redirigidos y hasta confrontados por lo que Dios ha dicho, porque su verdad no cambia.
Hoy, cada uno de nosotros está llamado a renovar nuestro compromiso con la predicación y el estudio fiel de la Palabra. Esto implica orar por discernimiento, estudiar con una actitud de reverencia y permitir que cada pasaje ilumine las áreas de nuestra vida donde necesitamos arrepentimiento, renovación o acción. Que la Biblia sea nuestra guía y nuestra luz, no solo para entender la verdad, sino para vivirla con valentía y convicción. Al hacerlo, nos convertimos en instrumentos verdaderos de Dios, permitiendo que Su mensaje hable, ilumine y transforme a través de nosotros.