Imagen de hombre en medio de ruinas generada por IA |
A Través del Umbral de las Ruinas: Un Llamado a la Eternidad
Me encuentro de pie, rodeado por ruinas que susurran historias antiguas, como si cada piedra tuviera grabada la memoria de una época que se desvaneció en el viento. El aire es denso, cargado de ecos que resuenan en un silencio solemne. Frente a mí, un arco imponente se alza como la última puerta hacia lo que alguna vez fue grandeza; una entrada que parece desafiar el tiempo, una ventana que me invita a cruzar a un mundo perdido entre la arena y los suspiros de lo que fue.
Miro más allá de las columnas rotas y pienso en las civilizaciones que aquí vivieron, en sus sueños, sus miedos, sus deseos de eternidad. Todo lo que construyeron, todo lo que consideraron inmortal, yace ahora a mis pies, reducido a escombros. Y me pregunto: ¿cuánto de lo que erigimos hoy sufrirá el mismo destino? El peso de esa pregunta se asienta en mi pecho, pero una luz, una chispa que atraviesa el arco, me devuelve el aliento.
Es una luz suave, cálida, que parece decirme que hay algo que va más allá de la decadencia, algo que no puede ser reducido al polvo. Me recuerda esas palabras eternas: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Y en ese instante, entiendo que las ruinas no son solo testigos del pasado, sino también señales hacia lo eterno, recordatorios de que lo humano puede caer, pero lo divino nunca perece.
Cierro los ojos y siento la presencia de lo eterno; un murmullo en mi espíritu que me invita a no ser solo un observador, sino un buscador. Me dice que cruce, que me atreva a caminar por ese umbral que separa lo efímero de lo inmortal, que deje de aferrarme a las construcciones frágiles de mis propias manos y busque esa Verdad que es la roca inquebrantable, la luz que no se apaga.
Abro los ojos de nuevo y el paisaje sigue ahí, inmóvil. Pero ahora ya no solo veo ruinas, sino un camino, un llamado. Entiendo que en medio de la desolación y el paso del tiempo, puedo elegir caminar hacia la eternidad, hacia la única presencia que me da propósito, que me sostiene incluso cuando todo lo demás se desmorona.