La Tormenta
Un mar de pensamientos confusos nubla la serenidad de mi mente,
cursando una tormenta donde las olas de angustias y arrebatos
amenazan con hundir la barca de fe que Dios me ha confiado.
Sé que en ella nada me faltará, que nada me dañará,
pero, aun así, al ver la marea de sentimientos elevarse,
salada por las tristezas que han dejado surcos en mi alma,
parece que todo se pierde.
Lo que guardé con esmero en las bodegas de mi barca
se vuelve inalcanzable, tras puertas cerradas por la negación.
Busco con desesperación la llave que las abra,
y en el fragor de esta lucha interna,
me encuentro caminando entre mis angustias,
abriéndome paso en las aguas turbulentas
que golpean sin piedad mi espíritu cansado.
Mientras batallo en este laberinto de pensamientos confusos,
una voz suave desciende del cielo, trayendo una verdad olvidada:
"La oración es la llave de todas las puertas."
Una frase que antes me parecía trillada, carente de peso,
hoy se convierte en el faro que guía mi naufragio.
Con lágrimas en los ojos,
veo cómo las puertas que creía selladas comienzan a abrirse,
revelando lo que, con esfuerzo y esperanza, había acumulado.
No es mucho, pero es suficiente para darme fuerzas,
para recordar quién es mi Padre y las promesas que ha puesto sobre mi vida.
Y así, revestido de su gracia y poder,
me levanto y clamo con valentía:
"¡Tormenta, en el nombre de Jesucristo, detente!"