Parte I Anticipando al Señor Jesucristo
01.- Jesucristo, el Creador Preexistente y Salvador
Esta comprensión no se limita al hecho de que Cristo existía desde la eternidad, sino que Él es activamente el Creador. En 1 Corintios 8:6, Pablo enfatiza que “para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas… y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas”. En la obra de creación, Cristo es el medio a través del cual el Padre trae a la existencia todo lo que existe, subrayando que no es una creación de Dios, sino la misma fuente de toda creación. Como creyente, veo firmemente que esta unión del Padre y el Hijo en la obra de creación indica no solo su deidad compartida sino también la gloria eterna y la unidad del Hijo con el Padre.
La preexistencia de Cristo también se evidencia en su relación con nosotros, sus escogidos. En Efesios 1:3-5, Pablo expresa que Dios nos bendijo en Cristo “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo”. Aquí se manifiesta la obra de redención que precede incluso al mismo acto creador; desde antes de la creación del mundo, Dios ya nos había elegido en Cristo para la salvación. Cristo existía antes de que fuésemos creados y antes de que hubiese pecado en el mundo, demostrando su preeminencia en el plan eterno de redención.
La epístola a los Colosenses también resalta esta realidad. Colosenses 1:15-18 lo presenta como "la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación", recordándonos que Cristo es el perfecto reflejo de Dios y, en cuanto primogénito, es preeminente sobre toda la creación. Es decir, Él es anterior y superior a todo, ya que “por él fueron creadas todas las cosas… todo fue creado por medio de él y para él”. Es imposible pensar en una creación sin un Creador; aquí, en Cristo, encontramos el fundamento de todas las cosas, no solo en su existencia, sino también en su propósito: todo fue hecho para su gloria y honra.
Además, Colosenses 2:9 declara: "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad". No solo existía antes de la creación y es su Creador, sino que en Él está toda la esencia de Dios, sin pérdida alguna de su deidad. Esto demuestra la naturaleza divina de Cristo en su totalidad, completa y perfecta, al encarnarse sin perder su esencia divina.
Esta verdad sobre Cristo se confirma en 2 Timoteo 1:9, donde se habla de la “gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. Aquí se revela la majestad del plan de Dios en la historia de la salvación: su obra redentora en Cristo fue establecida antes de que existiera el tiempo mismo. La vida eterna en Cristo, prometida desde la eternidad, es otro testimonio de su preexistencia y de su amor eterno por los elegidos (Tito 1:2).
Finalmente, en Hebreos 1:1-3, se resalta que Dios nos ha hablado "en estos postreros días… por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo". No solo es el agente creador, sino que el Hijo es quien sostiene “todas las cosas con la palabra de su poder”. Jesús es quien garantiza la continuidad de la creación y es el medio de comunicación supremo de Dios con nosotros. Así, no solo es nuestro Creador y Sustentador, sino también nuestro Salvador y Redentor, quien purificó nuestros pecados y está sentado a la diestra de la Majestad.
Conclusión
Al entender estos pasajes y su unidad en torno a la preexistencia de Cristo, se revela una verdad asombrosa y transformadora: Jesucristo, como eterno Hijo de Dios, es la fuente de toda creación, el centro de nuestra redención y la garantía de nuestra salvación eterna. Este entendimiento no solo confirma la absoluta soberanía de Dios en la creación y la salvación, sino que también eleva la adoración y obediencia que debemos rendir a Cristo. Él es digno de nuestra reverencia y amor, no solo por ser nuestro Salvador, sino también por ser el Dios eterno y preexistente, que sostiene todo con su poder y en quien reside toda la plenitud de la Deidad.
Llamado a la Acción
Ante esta revelación de Jesucristo como Creador preexistente y Salvador, somos llamados a vivir en una constante adoración y sumisión a Él. Reconociendo su supremacía en todas las cosas, debemos dedicar nuestras vidas a glorificarle en cada aspecto de nuestra existencia. Esto implica buscar una relación más profunda con Él a través de la oración, el estudio de las Escrituras y la comunión con otros creyentes. Además, como resultado de su obra redentora, estamos llamados a vivir de manera santa y sin mancha, reflejando su carácter en nuestras acciones diarias. Debemos también proclamar su verdad y amor a aquellos que aún no lo conocen, extendiendo el mensaje de salvación que nos ha sido dado gratuitamente en Cristo Jesús. Al hacerlo, honramos su sacrificio y participamos en su misión de redención, viviendo vidas que reflejen la grandeza y el poder de nuestro Creador y Salvador.
Les dejo el texto completo formado solo de los versiculos citados en el libro:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gn. 1:1). En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece (Jn. 1:1-5a). Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él (1 Co. 8:6). Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:3-5). Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten (Col. 1:15-18). Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Ti. 1:9). En la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos (Tit. 1:2). Habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder (Heb. 1:1b-3a).
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