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jueves, 28 de noviembre de 2024

Reconciliados para Reconciliar - 2 Corintios 5:18


 Vivimos en un mundo marcado por divisiones, conflictos y separación, tanto entre los hombres como entre el hombre y Dios. Sin embargo, en el centro del evangelio encontramos una verdad gloriosa: Dios ha tomado la iniciativa para reconciliar consigo mismo a los pecadores a través de Jesucristo. Esta reconciliación no solo transforma nuestra relación con Él, sino que también nos llama a ser agentes de su paz en un mundo necesitado.


Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió 
consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” 
(2 Corintios 5:18, RVR1960).

La reconciliación es una obra que solo Dios puede realizar. En nuestra naturaleza caída, estábamos separados de Él, incapaces de buscarle o de reparar nuestra condición. Pero Dios, en su gracia soberana, tomó la iniciativa enviando a su Hijo. Jesucristo, siendo sin pecado, llevó sobre sí la culpa y el castigo que merecíamos, satisfaciendo la justicia divina y abriendo el camino para que pudiéramos ser restaurados a comunión con el Padre.

Este acto no solo demuestra el amor de Dios, sino también su gloria y santidad. No nos reconcilió porque fuéramos dignos, sino porque Él es bueno. La reconciliación nos recuerda que toda la obra de la salvación proviene de Dios, desde la elección hasta la glorificación. Cristo es el mediador perfecto, el único camino por el cual podemos ser reconciliados.

Además, este texto señala que la reconciliación no es un fin en sí mismo. Aquellos que han sido reconciliados con Dios reciben un encargo: el ministerio de la reconciliación. No podemos guardar para nosotros este mensaje de esperanza, sino que estamos llamados a proclamarlo a otros, rogándoles que se reconcilien con Dios a través de Cristo.

Aplicación práctica

  1. Reconoce la gracia de Dios: Tómate tiempo para reflexionar en la magnitud del amor de Dios que te buscó y te reconcilió cuando tú no podías hacerlo. Que esta verdad llene tu corazón de gratitud y adoración.
  2. Sé un embajador de la reconciliación: Identifica a alguien en tu vida que necesita escuchar el mensaje del evangelio. Ora por esa persona y busca oportunidades para compartir la verdad de Cristo con humildad y amor.
  3. Vive reconciliado con otros: Así como Dios ha perdonado tus pecados, busca perdonar y restaurar tus relaciones con quienes te han herido. Modela la reconciliación divina en tus interacciones cotidianas.

Oración
Señor misericordioso, gracias porque en Cristo nos reconciliaste contigo, siendo nosotros indignos y rebeldes. Te alabamos por tu amor y tu gracia que nos transforman y nos dan vida. Ayúdanos a ser fieles en compartir este mensaje de reconciliación con aquellos que aún están lejos de ti. Enséñanos a vivir como agentes de paz en un mundo necesitado de tu redención. Todo lo pedimos en el nombre de Jesús, nuestro Salvador y Mediador. Amén.

martes, 26 de noviembre de 2024

Fidelidad en un Mundo Caído - Daniel 1:8-16


 El pasaje de Daniel 1:8-16 nos presenta una historia poderosa y profundamente relevante para quienes buscan vivir una vida fiel a Dios en un mundo lleno de tentaciones y desafíos espirituales. Este relato nos muestra a Daniel y sus amigos, jóvenes cautivos en Babilonia, enfrentándose a la presión de conformarse con las costumbres y prácticas de un reino pagano. Su ejemplo es una inspiración sobre cómo resistir la contaminación espiritual y vivir para la gloria de Dios.

"8 Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. 9 Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos; 10 y dijo el jefe de los eunucos a Daniel: Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza. 11 Entonces dijo Daniel a Melsar, que estaba puesto por el jefe de los eunucos sobre Daniel, Ananías, Misael y Azarías: 12 Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer, y agua a beber. 13 Compara luego nuestros rostros con los rostros de los muchachos que comen de la ración de la comida del rey, y haz después con tus siervos según veas. 14 Consintió, pues, con ellos en esto, y probó con ellos diez días. 15 Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey. 16 Así, pues, Melsar se llevaba la porción de la comida de ellos y el vino que habían de beber, y les daba legumbres."

1. La decisión de no contaminarse

El versículo 8 declara que “Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey ni con el vino que él bebía.” Esta decisión no era superficial. No era simplemente una cuestión de preferencias alimenticias o culturales. La comida del rey estaba probablemente dedicada a ídolos, lo que hacía que consumirla simbolizara una participación en la idolatría.

Daniel, al rechazar estos alimentos, no solo estaba protegiendo su cuerpo, sino también su espíritu. Este acto de fidelidad no fue fácil: los manjares del rey representaban lo mejor de lo mejor, pero Daniel eligió obedecer a Dios antes que complacer al hombre.

2. La fidelidad en un mundo caído

Vivimos en un mundo donde constantemente se nos ofrecen placeres, bienes y oportunidades que pueden alejarnos de nuestra fe. No todas estas cosas son malas en sí mismas, pero debemos discernir si nos conducen a honrar a Dios o si comprometen nuestra relación con Él.

Daniel y sus amigos nos recuerdan que nuestra vocación principal como hijos de Dios no es buscar las mismas cosas que el mundo busca, sino vivir para Su gloria. Esto requiere que rechacemos todo aquello que nos aleje de Él, aunque sea atractivo o culturalmente aceptable.

3. Confiar en la obra y la providencia de Dios

El versículo 9 nos dice que “Dios puso a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos.” Daniel no confiaba en su apariencia, inteligencia o habilidades para ganar el favor de quienes lo rodeaban. Su confianza estaba en Dios, quien obra en los corazones y las circunstancias.

Cuando Daniel propuso la prueba de comer solo legumbres y beber agua durante diez días, no fue un experimento basado en lógica humana, sino un acto de fe en la provisión divina. Al final del período, él y sus amigos estaban más saludables que los demás jóvenes que comían la comida del rey. Esto no fue un resultado mágico de la dieta, sino una muestra del cuidado providencial de Dios.

4. Vivir como un testimonio para el mundo

La fidelidad de Daniel y sus amigos fue una luz en medio de la oscuridad. Al rechazar la contaminación espiritual y vivir para la gloria de Dios, mostraron que hay una manera diferente y superior de vivir. No se trata de aislarnos del mundo, sino de ser agentes de cambio en él, reflejando el carácter de Dios en todo lo que hacemos.

Jesús nos llama a ser sal y luz en el mundo (Mateo 5:13-16). Esto implica vivir de manera que nuestras acciones, palabras y decisiones apunten a Dios. Como Daniel, debemos resistir la tentación de conformarnos con este siglo y en su lugar ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2).

Reflexión final

La historia de Daniel nos invita a evaluar nuestras vidas:

  • ¿Estamos viviendo con fidelidad en un mundo caído?
  • ¿Qué prácticas, actitudes o pensamientos necesitamos rechazar para no contaminarnos espiritualmente?
  • ¿Confiamos en que Dios cuidará de nosotros, incluso cuando las circunstancias parezcan adversas?

Que como Daniel, propongamos en nuestro corazón vivir para la gloria de Dios, confiando en Su obra y Su cuidado. En un mundo lleno de oscuridad, el ejemplo de fidelidad de Daniel nos anima a ser luz, mostrando al mundo que nuestro deleite y seguridad están en el Señor.

jueves, 21 de noviembre de 2024

Frutos Dignos del Evangelio - Mateo 3:8


 El arrepentimiento es mucho más que un sentimiento pasajero de culpa o tristeza. Es un cambio radical que transforma nuestra manera de pensar, sentir y actuar. En Mateo 3:8, Juan el Bautista nos llama a examinar si nuestras vidas están produciendo los frutos que corresponden a un corazón verdaderamente arrepentido.

"Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento."
(Mateo 3:8, RVR1960)

Reflexión

El mensaje de Juan el Bautista era claro: el arrepentimiento no es solo una confesión verbal, sino una evidencia viva de la obra de Dios en el corazón. El "fruto digno" no es algo que producimos por nosotros mismos; es el resultado natural de la gracia divina operando en nuestra vida. Cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, nos lleva a buscar una relación renovada con Dios, lo cual inevitablemente se refleja en nuestras acciones.

Así como un árbol bueno da frutos buenos, una vida transformada por el poder del evangelio dará señales visibles de esa transformación. Esto no significa que seremos perfectos, pero sí implica que habrá una lucha constante contra el pecado, un deseo creciente de obedecer a Dios y un amor práctico hacia los demás.

Preguntémonos: ¿Estamos produciendo frutos dignos del arrepentimiento? ¿Nuestras palabras, actitudes y decisiones reflejan la gracia que hemos recibido? Recordemos que, aunque la salvación es por gracia, esta gracia no nos deja igual. Nos impulsa a vivir para la gloria de Dios.

Aplicación Práctica

  1. Examinemos nuestro corazón: Pidámosle al Señor que nos revele áreas donde nuestro arrepentimiento no ha sido sincero o completo.
  2. Vivamos en obediencia diaria: Permitamos que el evangelio transforme no solo nuestra fe, sino también nuestras obras. Consideremos cómo podemos demostrar más amor, paciencia y justicia en nuestras relaciones.
  3. Dependamos de la gracia: Aunque somos llamados a dar fruto, recordemos que este fruto no proviene de nosotros, sino de permanecer en Cristo, quien nos fortalece y capacita.

Oración

Señor, gracias por tu gracia que transforma nuestras vidas. Perdónanos cuando nuestro arrepentimiento ha sido superficial y nuestras acciones no han reflejado tu obra en nosotros. Enséñanos a vivir de manera que nuestras vidas produzcan frutos dignos de arrepentimiento, para que otros puedan ver tu gloria en nosotros. Haznos árboles firmes y saludables que den testimonio de tu amor y poder. En el nombre de Jesús, amén.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La Simiente Prometida de Abraham - John Macarthur

 


5.- La Simiente Prometida de Abraham

Desde el llamado de Abraham, vemos cómo Dios elige a un hombre común para establecer con él un pacto eterno que trasciende generaciones. Este pacto no se limita a las bendiciones terrenales, como la promesa de una tierra o una descendencia numerosa, sino que apunta al plan redentor que culmina en Cristo, la simiente prometida.

Dios le dice a Abraham que en él serán benditas todas las familias de la tierra. Esto es extraordinario: un pacto establecido con un hombre y su descendencia tiene implicaciones universales. Aquí se revela el corazón misionero de Dios, quien desde el principio buscó traer salvación a todas las naciones. La promesa a Abraham no solo es una invitación para recibir bendición, sino una proclamación de que Dios mismo haría posible esa bendición mediante la obra de Cristo.

El sacrificio de Isaac es otro momento clave. ¿Por qué Dios pediría algo tan extremo? Esta prueba no solo revela la fe obediente de Abraham, sino que nos apunta directamente a Cristo. Isaac llevaba la leña, como Cristo cargó la cruz, y aunque Isaac fue rescatado por el carnero, Jesús fue el Cordero que verdaderamente fue inmolado en nuestro lugar. Aquí vemos que el Dios que demanda justicia es el mismo que provee el sacrificio necesario.

Cuando leemos sobre la fe de Abraham en Hebreos, comprendemos que no se trataba simplemente de confianza en una promesa temporal, sino de la seguridad de que Dios podía hacer lo imposible. Abraham creyó que Dios podía incluso levantar a los muertos, lo cual nos conecta directamente con la resurrección de Cristo.

Hoy, esta enseñanza nos recuerda que, como Abraham, somos llamados a vivir por fe. En un mundo que exalta la autosuficiencia, la historia de Abraham nos invita a descansar en la promesa de un Dios que cumple su palabra. Nos llama a recordar que no somos bendecidos por nuestros méritos, sino por estar en Cristo, la simiente de Abraham, quien nos ha reconciliado con Dios.

Finalmente, esta narrativa nos impulsa a adorar. Al ver cómo Dios ha tejido la historia de la redención a través de siglos, cómo ha cumplido cada promesa y cómo ha provisto todo lo necesario para nuestra salvación, no podemos más que responder con gratitud. La fidelidad de Dios a su pacto nos asegura que, así como cumplió su promesa en Cristo, también cumplirá todas sus promesas a nosotros: nuestra perseverancia en la fe, nuestra santificación y, finalmente, nuestra glorificación junto a Él.

¿Qué hacemos hoy con estas verdades? Nos aferramos a la promesa. Vivimos como hijos de Abraham, herederos de la fe, sabiendo que somos parte de un plan eterno en el que Dios se glorifica al salvarnos. La promesa de Dios, entonces, no solo es un consuelo; es un llamado a vivir con confianza y obediencia, sabiendo que "fiel es el que prometió" (Heb. 10:23).

Citas Bíblicas:
Gn.12:1–3,7; GN. 22:1–18; Mt.1:1; Hch.3:24–26; Ro.4:3; Gá.3:16,19b; Heb.11:8–9, Heb.17–19

Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo... La ley fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa. Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir.


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martes, 19 de noviembre de 2024

¿Qué significa para nosotros Llamar a Dios nuestro Padre? - R.C. Sproul


 06.- ¿Qué significa para nosotros Llamar a Dios nuestro Padre?


Una de las declaraciones más conocidas de la fe cristiana es el Padre Nuestro, que comienza con las palabras “Padre nuestro que estás en el cielo.” Esto forma parte del tesoro universal de la cristiandad. Cuando oigo a los cristianos orar individualmente en alguna reunión privada, prácticamente todos comienzan su oración dirigiéndose a Dios Como Padre. Es algo común entre nosotros dirigirnos a Dios como nuestro Padre. Están central en nuestra experiencia cristiana que en el siglo XIX hubo quienes dijeron que la esencia de toda la religión cristiana puede reducirse a dos puntos: la hermandad universal del hombre y la paternidad universal de Dios. En ese contexto, me temo que hemos pasado por alto una de las enseñanzas más radicales de Jesús.
 Hace pocos años, un erudito alemán estaba investigando la literatura del Nuevo Testamento y descubrió que en toda la historia del judaísmo -en todos los libros existentes del Antiguo Testamento y en todos los libros existentes judíos extra bíblicos fechados desde el comienzo del judaísmo hasta el siglo X D.C. en Italia-, no hay una sola mención de algún judío que se dirigiera a Dios directamente como Padre. Había formas apropiadas de nombrarlo que eran usadas por los judíos en el Antiguo Testamento, y los niños eran enseñados a dirigirse a Dios con frases adecuadas de respeto. Todos estos títulos eran memorizados, y el término “Padre” no estaba entre ellos.
 El primer rabí judío en llamar a Dios “Padre” directamente fue Jesús de Nazaret. Fue una ruptura radical con la tradición, y de hecho, en cada oración registrada que tenemos en los labios de Jesús, salvo una, él llama a Dios “Padre.” Fue por esa razón que mucho de los enemigos de Jesús intentaron destruirlo;  él pretendía tener esta relación íntima y personal con el Dios soberano del cielo y creador de todas las cosas, y se atrevía a hablar en esos términos tan íntimos con Dios. Lo que es aún más radical es que Jesús dice a sus discípulos: “Ora de la siguiente manera: 'Padre nuestro.'” Él nos ha dado el derecho y el privilegio de venir a la presencia de la majestad de Dios y dirigirnos a él como Padre porque, en efecto, lo es. Él nos ha adoptado en su familia y nos ha hecho coherederos con su Hijo unigénito (Romanos 8:17).

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 ¡Qué buena Pregunta!, RC Sproul pág 9.


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lunes, 18 de noviembre de 2024

Caminando con Dios - Éxodo 33:12-15


 La historia de Éxodo 33 es un claro reflejo de la profundidad y exclusividad de la relación que Dios estableció con Moisés. Este pasaje nos sitúa en un momento crítico: el pueblo de Israel ha pecado al adorar al becerro de oro, y Dios había considerado no ir con ellos hacia la tierra prometida. Sin embargo, Moisés intercede con un fervor que nos enseña lo que significa verdaderamente caminar con Dios. La Escritura nos describe que "Jehová hablaba a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero" (Éxodo 33:11). Esta imagen nos invita a considerar cómo es nuestra comunión con Dios: ¿es íntima, constante, auténtica?


12 Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. 13 Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. 14 Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. 15 Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.

- Éxodo 33:12-15

La Profundidad de una Relación Verdadera
Moisés no se conformaba con una relación superficial; su oración en el versículo 13 lo demuestra: “Te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca”. Este clamor por conocer más a Dios revela un corazón apasionado, consciente de que caminar con Él es el propósito supremo de la vida. Aquí vemos que caminar con Dios implica rendirnos y buscarle en todo momento, sin buscar atajos ni soluciones fáciles. La relación de Moisés con Dios es un modelo de una fe que no titubea, una confianza que no depende de circunstancias favorables, sino de la presencia de Dios mismo.

Este tipo de búsqueda es radicalmente diferente a las relaciones humanas, que pueden variar en intensidad y fidelidad. En cambio, el caminar con Dios es un camino de perseverancia y devoción, nutrido por Su fidelidad eterna y Su gracia. Moisés entendía que conocer a Dios y experimentar Su presencia es más valioso que cualquier bendición o logro humano.

¿Qué Significa Caminar con Dios?
Caminar con Dios trasciende las palabras y va más allá de las promesas ocasionales. Es una vida marcada por la obediencia y el deseo de estar bajo Su guía. Dios le dice a Moisés en el versículo 14: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Esta respuesta es profunda y transformadora, porque el descanso al que Dios se refiere no es solo un alivio temporal, sino una paz espiritual que solo puede provenir de una relación con Él. Este descanso nos sostiene en la incertidumbre y nos da la fuerza para enfrentar el día a día, sabiendo que Su presencia es nuestra seguridad.

La promesa de la presencia de Dios es el fundamento de la esperanza cristiana. No es simplemente que Dios está cerca cuando las cosas van bien; es que Él camina con nosotros, sosteniéndonos, incluso cuando la senda es incierta y los desafíos parecen abrumadores. Este caminar diario nos enseña a depender de Dios y a encontrar en Él nuestra satisfacción y propósito.

Una Reflexión para Tomar Acción
El compromiso de Moisés con Dios en el versículo 15 –“Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”– es un recordatorio de que nuestro deseo de caminar con Dios debe ser inquebrantable. Esta declaración refleja una vida totalmente entregada y dependiente de la dirección divina. No se trata de buscar a Dios solo cuando lo necesitamos, sino de vivir cada momento con la conciencia de que sin Él, todo esfuerzo es vano.

Jesucristo, el ejemplo máximo de comunión y dependencia del Padre, vivió y murió para que nosotros también pudiéramos tener esta cercanía con Dios. Su sacrificio nos abrió la puerta para caminar con Él, no de manera distante, sino en una relación profunda y transformadora. Como dice la Escritura: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19).

Invitación a la Acción
Hermanos, examinemos nuestra vida y preguntemos: ¿estamos caminando con Dios de todo corazón, o nuestra relación con Él se ha vuelto rutinaria? No nos conformemos con una fe a medias, sino que, como Moisés, busquemos esa presencia que es nuestra guía y descanso. Oremos fervientemente para que nuestra vida sea un reflejo de nuestra total dependencia en Él y vivamos con la certeza de que en cada paso que demos, Su mano está con nosotros.

Que este mensaje nos impulse a caminar con Dios con un amor que no vacila, un compromiso que no retrocede y una fe que se mantiene firme, recordando siempre que cuando caminamos con Dios, nunca caminamos solos.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Conocer a Dios y la verdadera “Piedad” - Juan Calvino


 

Libro I, Capitulo II

01.- Conocer a Dios y la verdadera “Piedad”

Es evidente que no conocemos a Dios con meramente reconocer que no hay duda de su existencia. Le conocemos, en la medida de lo posible, a partir de comprender lo que sirve para su gloria, es decir, lo que es apropiado. Efectivamente, es verdad que no puede decir que se conoce a Dios si no hay ni sentimiento religioso ni piedad. Aquí no estoy todavía hablando del conocimiento particular de lo que, conscientes de estar perdidos y bajo maldición, son conducidos a Dios y la reconocen como su redentor en Jesucristo. Sólo hablo de este conocimiento simple y natural que poseeríamos si Adán hubiese mantenido su integridad. nadie en esa situación de ruina y desolación propia del género humano es capaz de percibir a Dios como su padre o Salvador si no es por el sacrificio propiciatorio de Cristo por nosotros. Es posible reconocer a Dios como creador, no solo porque su poder nos sostiene, sino porque Él nos dirige en su providencia, nos protege y nos da a beber de su bondad, colmándonos de toda clase de bendiciones. Pero recibir y acoger la gracia de la reconciliación de que Dios nos ofrece en Cristo es otra cosa.

Se conoce a Dios de dos maneras: primero como creador, gracias a esta bella obra cumbre que es el mundo y la enseñanza general de las Escritura que aportan al respecto; solo después aparece como redentor en la persona de Jesucristo. De momento, nos preocuparemos de la primera manera; a su tiempo trataremos la segunda. 

Es cierto que nuestro espíritu apenas puede comprender a Dios a partir de lo que recibe de él; por tanto, no basta con saber de manera confusa que existe un Dios digno de ser adorado, solo él, si no estamos igualmente convencidos de que este Dios al que adoramos es también la fuente de todo lo que tenemos y que no hay nada que buscar fuera de él. Este es mi tesis: primero, Dios, después de haber creado el mundo, lo sostiene con poder, lo gobierna con sabiduría, lo guarda y preserva en su bondad, se preocupa sobre todo de guiar el género humano en toda justicia e integridad, lo soporta en su misericordia y lo mantiene bajo su protección. En segundo lugar, nos lleva a creer que fuera de él no hay ni una gota de sabiduría, de luz o de justicia, de rectitud o verdad: En efecto, como todo proviene de Dios debemos aprender a esperarlo todo de él y atribuírselo todo a él, así como, convencidos de que, si le agrada, debemos recibir todas las cosas con acción de gracias. Este reconocimiento de las incomparables cualidades de Dios es el único maestro capaz de enseñarnos la piedad de la que procede la religión. 

Llamo “piedad” a este sentimiento que resulta de la unión del respeto y del amor que nos lleva hacia Dios, cuyas bondades conocemos. Puesto que es cierto que, hasta que los seres humanos no se persuadan de que están totalmente en deuda con Dios, de quien reciben sus paternales cuidados, de que él es el autor de todo bien y de que nada hay que buscar fuera de Él, no manifestarán verdaderamente de devoción. Además, si no hayan en él su felicidad, no se consagrarán de modo verdadero y sincero a Él.

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Venciendo el Desánimo - 2 Corintios 4:16-18

  En el caminar diario de la vida cristiana, enfrentamos desafíos y pruebas que pueden llegar a desgastar nuestra fe y nuestras fuerzas. Sin...