martes, 3 de septiembre de 2024

Cuando nos Olvidamos de Dios - Pastor Eduardo Tapia

 

Cuando nos olvidamos de Dios
Pastor Eduardo Tapia

Una de las cosas difíciles que nos toca vivir muchas veces es pensar que la fuerza de nuestras manos determina lo bien o mal que nos va. Creemos que si no nos esforzamos con nuestras manos, nunca nos irá bien, y que si dejamos de esforzarnos, siempre nos irá mal. Con esta idea, muchas veces nos acercamos a Dios en momentos tristes de nuestra vida. Cuando las cosas nos empiezan a ir un poco mejor, nos olvidamos de Él.

 

Es interesante observar que después de catástrofes o pandemias, las iglesias crecen. En Estados Unidos, después del 11 de septiembre, las iglesias se llenaban porque la gente buscaba seguridad. Se acordaban de que eran hijos o nietos de creyentes, y regresaban a la iglesia de sus abuelos o padres por miedo a lo que podría pasar. Lo mismo ocurre después de terremotos, a los que nos vamos a acostumbrar en nuestro país. Las iglesias se llenan en la búsqueda de tranquilidad, de un lugar donde encontrar seguridad.

 

El problema es que pasa el tiempo, y la gente empieza a olvidarse. La tranquilidad vuelve a sus corazones, y creen que pueden tener bien sus vidas nuevamente sin Dios. Es triste porque también nos pasa a nosotros como cristianos.

A veces creemos que estamos súper bien, que no necesitamos nada más en nuestras vidas. Incluso nos miramos como cristianos mejores que otros y sentimos que ya está bien lo que estamos haciendo, que ya lo que aprendimos es suficiente.

Olvidamos que no somos nosotros quienes determinamos nuestro destino. Olvidamos que Dios es quien nos guía y nos protege. Olvidamos que todo lo que tenemos viene de Él.

 

El texto que acabamos de leer es un recordatorio para este pueblo que va a entrar a la tierra prometida. Este pueblo es distinto al pueblo que salió de Egipto, y por eso también está muriendo. El castigo de haber adorado a un becerro de oro les ha hecho entender que no van a entrar a la tierra prometida, y que son las nuevas generaciones las que lo harán.

Pero esta generación corre el riesgo de olvidarse de lo que realmente son. Este es el peligro del que quiero hablarles hoy: el peligro de olvidarnos de quiénes somos.

 

Si vemos el texto en el versículo 12 en adelante, dice:

"No suceda que cuando comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuviere se aumente, y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre."

 

No solo es el peligro de olvidarnos de quiénes somos, sino también el peligro de querer ser como el mundo. Este pueblo no recuerda que va a ir a una tierra prometida. Puede empezar a comer, beber, construir sus casas y negocios, y les puede empezar a ir muy bien. Entonces, pueden empezar a mirar a los reinos de al lado y querer ser como ellos.

Este pueblo olvidó que Dios les dio maná, agua de una roca, y un lugar establecido donde vivir. Ahora tienen un nuevo hogar, nuevas cosechas, y no necesitan sacar la música de una piedra para poder comer carne. Entonces, comienzan a mimetizarse con el mundo y olvidarse de quién es Dios.


Esto no solo pasa en la Biblia. El apóstol Pablo nos dice que no debemos ser como este mundo. Este mundo no nos ofrece lo que realmente necesitamos. Podemos esforzarnos y gastar nuestras energías en parecernos a alguien de este mundo, pero no seremos salvos por Jesucristo. Pablo no está diciendo que no comamos bien, que no bebamos vino, o que no tengamos buenas casas. No está diciendo que seamos gente pobre y vivamos en la pobreza. Lo que está diciendo es que cuando consigamos cosas, no nos olvidemos de quiénes somos.

 

A veces comenzamos a crecer en nuestra vida material y empezamos a mirar de lejos a los demás. Empezamos a olvidarnos de los demás, como si tuviéramos una gracia social distinta. Jesús nos muestra en el Apocalipsis que hay iglesias que se creen ricas y que lo tienen todo. Pero Jesús les dice que son pobres y miserables porque se han olvidado de quiénes realmente son.  Los bienes materiales no te hacen más o menos persona. Son cosas que Dios te ha dado, y cuando las miras, sabes que tienes paz. Sabes que Dios te ha dado un techo para cobijarte, platos de comida en la mesa, y que a sus hijos nunca les faltará la comida. Debemos ser agradecidos por todo lo que tenemos. Comenzamos a olvidarnos de Dios cuando deseamos que este mundo nos rija, cuando anhelamos lo que este mundo tiene para ofrecernos y queremos ser como él.

 

La iglesia evangélica, la iglesia cristiana, está en crisis porque quiere ser cada vez más parecida a este mundo. No permitamos que tú y yo, como miembros de esta comunidad, caigamos en la trampa de querer parecernos a este mundo. No permitamos que lo que este mundo ofrece nos aleje de la búsqueda de la santidad de Dios. Nos olvidamos de Dios cuando deseamos lo que este mundo nos ofrece, cuando anhelamos parecernos a él. Mira más adelante, en el versículo 15 en adelante: "¿Qué te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, de escorpiones y de sed, donde no había agua? Y él sacó agua de la roca de pedernal, te dio a comer maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote para hacerte bien a la postre, y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza."  El Salmo 10, versículo 4, dice:  "El malo por la altivez de su rostro no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos."

 

Una cosa terrible que entró en la iglesia hace algunos años fue el pensamiento humanista. Este pensamiento dice que el hombre, por sí mismo, puede conseguir lo que quiera, que las cosas están en sus manos y que él es quien elige ser cristiano. Es un pensamiento que se ha radicalizado a tal punto que algunos dicen: "Yo decreto, yo declaro, yo ordeno."

Es terrible porque es rebajar al Señor a solo un ídolo de piedra. Imaginemos: Dios es soberano en todo lo que existe. En la lógica de ellos, Dios está rogando para que tú te conviertas, rogando para que tú le ames. Un dios que está mendigando amor y cariño, un dios necesitado de ese cariño. ¡Ese no es Dios!

 

Dios nos escogió, nos rescató de nuestras tinieblas para llevarnos a su luz maravillosa. Nos olvidamos de Dios cuando creemos que todo depende de la fuerza de nuestras manos. Lo maravilloso es ir viendo día a día la mano de Dios en nosotros. Esta experiencia de estar en cuarentena y de vivir lo que estamos viviendo como país y como estación mundial para nuestra familia es interesante. Al principio, debo reconocer que tanto yo como mi hijo somos bien callejeros, nos gusta estar en la calle, caminar. Así que la primera semana los dos estábamos sufriendo, lamentándonos entre la puerta para ver cómo podíamos salir.

 

Interesantemente, pasando por dificultades, como toda familia, hemos ido viendo el amor de hermanos en nuestras vidas. Eso nos ha seguido mostrando que somos una comunidad, una familia, y que lo que vamos consiguiendo es solamente lo que Dios nos está dando. No podríamos estar de pie si no fuera por su mano. ¡Qué triste sería el día que como creyentes dijéramos: "Yo elegí a Dios, esta ha sido mi decisión, esta fue mi opción, y todo lo que yo hago es porque ellos tienen que obedecer"! No hay ni una cosa en la creación que no obedezca la voz de Dios. Es la vida, la historia de la redención del pueblo sin duda, y nosotros somos los redimidos. La historia, este gran programa de la salvación, esta historia maravillosa en la que muestra Jesucristo...

 

Interesantemente, como pueblo cristiano, nos olvidamos de que todo lo que tenemos viene de Dios. Él le recuerda al pueblo que en el desierto lo pasaron mal, que no era fácil caminar por todo lo que caminaron, fueron años de caminata, largos años en la que su ropa no fue destruida, sus zapatos no fueron destruidos, donde no hubo hambre porque Dios siempre proveyó a su pueblo. El agua no salió porque se les ocurrió, porque había bastado un lugar donde no podía salir, quedó la roca. Dios siempre proveyó al pueblo. Tenían frío, tenían calor, Dios siempre cuidó de ellos. Entonces, tienen que recordarse de que si hoy día están ahí a punto de tomar la tierra prometida no es por ellos, no es por sus capacidades, es por lo que Dios hizo.

Hoy tú y yo tenemos que mirarnos atrás y recordar que si hoy estamos de pie, si ya podemos respirar, es solo porque Dios ha tenido misericordia de nosotros. Si un día podemos vernos, escucharnos, es solamente porque Dios ha tenido misericordia de nosotros. De manera que en tu corazón no haya esta idea de que eres tú quien escogió, que son tus capacidades y tus fuerzas. Es el Señor, de forma maravillosa, quien hace la obra en nosotros. Aquí todo nos dice: “Aquel que comenzó la buena obra la perfeccionará”. El que comenzó la buena obra no eres tú ni yo, y la buena obra es la de nuestro Señor. En esa hora maravillosa, perfecta, para esa eternidad, esa hora sin pecados ni maldad, no nos olvidemos, no nos olvidemos de nuestro Dios. No nos olvidemos. Y si hoy tenemos algo, es solo con la misericordia de Dios. No nos olvidemos de que ese día podemos decirle “Padre” porque Él primero nos llamó hijos. Como dice en su palabra, si le llamamos es porque no estamos primero, no porque yo piense “yo no fui, hace el vino”. El mal es cato y Él me llamó. ¿Quién me va a sustentar bien y a proteger hasta el día que yo parta con Él o que Él venga primero?

 

Por último, lo que dice el versículo 18 en adelante:

 “Si no te acuerdas de Jehová tu Dios, que te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día, acontecerá que si de alguna manera te olvidas de Jehová tu Dios, y vas en pos de dioses ajenos, y les sirves, y te inclinas ante ellos, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que pereceréis sin remedio. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios.”

 

Nos olvidamos de Dios cuando es nuestra idea, cuando nuestro pensamiento empieza a amar más al mundo. Nos olvidamos de Dios cuando creemos que son nuestras propias capacidades las que nos trajeron donde estamos. Nos olvidamos de Dios cuando nos olvidamos que a Él debemos adorar y servirle.

 

Hace muchos años, no muchos, un par de años en realidad, leí un libro de regalo llamado “Jueces para ti”, un estudio acerca del libro de Jueces en la Biblia. Una cosa que marcó mucho mi lectura, tanto del libro como del libro de Jueces en la Biblia, es la capacidad gigante que tenemos de seguir atrás. Yo ya había pasado por una fase de Calvino que dice que el corazón es una fábrica de ídolos, pero me costaba comprender la idea de idolatría porque venía de una iglesia presbiteriana. No soy reformado, no soy católico, así que para mí la idea de idolatría viene por el catolicismo, por lugares místicos. Pero no podemos hablar de idolatría solo en iglesias reformadas o protestantes. Sin embargo, cuando te empiezas a ver en tu propia vida, empiezas a verlo y a entenderlo. Antes teníamos vidas llenas de ídolos, llenos de imágenes que nosotros mismos llenamos nuestro corazón y nuestro orgullo. Y el peor ídolo somos nosotros mismos. El pastor Postre hablaba de que el peor y de lo nuestro somos nosotros mismos, y al que más escuchamos es precisamente a nosotros mismos.

 

Nos llenamos de ídolos y vamos en pos de ellos, y lo que significa poder es servirles. Vivimos para esos ídolos, les servimos con salsa y una vida aquí para agradable para ellos. Muchas veces para nosotros mismos, otras formamos los hedonistas, que iban por el placer, que lo que a ti te gusta y lo que a mí me gusta, eso es lo que nos gusta, eso deberíamos hacer. Deberíamos vivir nuestras vidas casi que por las sensaciones, por los gustos, por incluso pasiones desordenadas.

Así debiéramos vivir. Sin embargo, el cristiano, aquel que ha sido llamado por el Señor, está llamado a servir solamente al único Dios verdadero. Y en demanda de tu servicio, Él demanda de ti y de mí lo mismo. Me encanta saber que aquellos ídolos paganos exigían un montón de cosas: sacrificios humanos, sacrificios y cursos personales, cortas, una parte de un brazo, un libro, tu cuerpo, grandes fortunas.


Pero Dios, el verdadero, lo único que existe, ese Dios no exige eso de ti ni de mí. El problema es que exige algo más difícil, aparentemente, que es la humildad, que es el servicio. Quiere depender de Él. Es extraño cómo nos es más fácil sacarnos una mano y ofrecerla a estos dioses paganos que reconocer a Dios, a Jehová de los ejércitos, y decirle: "Tú eres Dios, pero a ti no te servimos". Tenemos el viaje, tenemos el fin, la forma en que Él quiere que le sirvamos: como hombres y mujeres entregados al servicio de Él en adoración, en humillación, en dependencia, en amor, en un pueblo que le ama, en los pueblos que le reconocen en todos los caminos. Por quienes Dios nos ha hecho, muchas veces tú y yo estamos hablando a dioses paganos, a nosotros mismos, y nos olvidamos de Dios. No nos olvidemos de que la emoción y el llamado a servir, la confianza y la fe, dicen que hemos sido creados para gozar de Dios.

 

Me gusta mucho eso, saber que mi gozo, que mi alegría debe estar en Dios. El gozo que debe haber en tu corazón, la alegría que llega a tu vida, es Dios. El pueblo de Israel se va a olvidar de su esclavitud en Egipto, se va a olvidar de caminar por el desierto y va a desear dioses ajenos. Ya no va a querer más un Dios que no sea un rey como los otros pueblos, y desea un rey crecer igual a los demás, con reyes y ejércitos, eso pero que se olvida de la providencia diaria de Dios en la comida. Es un pueblo que levanta dioses falsos, farisaicos, donde vamos a importando a la tradición y la palabra de Dios es, obviamente, menos a ti y a mí.

 

Podemos desear lo que este mundo nos ofrece, podemos ir corriendo a dioses paganos y olvidarnos de que hemos sido comprados por la sangre de Jesucristo. Para que eso no ocurra, tu vida y mi vida deben reflejar un amor profundo con el Señor. Y para que eso pase, nuestra vida de esta denominación delante de Dios, Dios nos demanda humillación, nos humilla y depende de mí. Saquemos de esas ideas humanistas de nuestro corazón, de nuestra mente, apartemos las de ellos y vamos en poder de nuestro Señor. Él nos tiene de sumados, somos la oveja de su prado, jamás nos dejará solos. Somos su pueblo, no nos olvidemos de quiénes somos, no nos olvidemos de dónde fuimos rescatados y no hemos obviado de otra misión que vivir para la gloria de Dios, que reinará en ese día.

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